Ferrus y el reino de Acero y Arena


En el Reino de Acero y Arena, el valiente caballero Ferrus se encontraba en un tablero de ajedrez, no uno común y corriente, sino uno que reflejaba la batalla eterna entre el ingenio y el tiempo. Ferrus, un caballo de ajedrez forjado con metales, tuercas y tornillos, mostraba las cicatrices de innumerables partidas en su pintura descarapelada y su cuerpo oxidado.

El sol se ponía sobre el horizonte desértico, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rojizos, mientras Ferrus contemplaba el campo de batalla. A su alrededor, peones, alfiles y la majestuosa reina esperaban en silencio el próximo movimiento. El gran muro de metal que se erguía a un lado del tablero era testigo de la historia de este mundo, su superficie oxidada narraba las victorias y derrotas de generaciones pasadas.

En el deshuesadero de fierro, los restos de piezas caídas recordaban a Ferrus que cada jugada tenía su peso en el destino de este reino. Los cubos de madera flotantes eran como los sueños de los habitantes del Reino de Acero y Arena, desafiando la gravedad de la realidad, buscando ascender hacia un futuro incierto.

La partida estaba por comenzar, y Ferrus sabía que su papel era crucial. Con cada movimiento, él no solo jugaba por sí mismo, sino por todos aquellos que habían sido parte del tablero antes que él. La estrategia estaba clara: avanzar con valentía, proteger a sus aliados y, sobre todo, mantener la esperanza de que, al final del juego, la luz del ingenio prevalecería sobre el óxido del olvido.

Mientras las estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, Ferrus se movió con determinación. El destino de Acero y Arena estaba en juego, y él estaba listo para enfrentar cualquier desafío que el tiempo le presentara.

«Ferrus y el reino de Acero y la Arena«.
Tinta sobre papel, 50×70 cm. Dante Amerisi, 2023.

Final.

La partida de ajedrez en el Reino de Acero y Arena termina de una manera inesperada y simbólica. A medida que la noche cae sobre el desierto y las estrellas comienzan a brillar, un viento misterioso sopla a través del tablero, llevándose consigo las piezas y dejando solo a Ferrus, el caballero de metal.

Con la partida aparentemente inconclusa, Ferrus se da cuenta de que el verdadero enemigo no era su oponente en el tablero, sino el tiempo mismo. El óxido que cubre su cuerpo y el deshuesadero de fierro son testigos del paso implacable de los años. Sin embargo, en este momento de revelación, Ferrus entiende que cada partida jugada, cada movimiento hecho, ha dejado una marca indeleble en la historia de su reino.

El caballero de metal se levanta, no como una pieza de ajedrez, sino como un guardián de la memoria y la tradición. Aunque las partidas comiencen y terminen, el espíritu de juego, la estrategia y la valentía perduran. Ferrus se convierte en un símbolo de resistencia, inspirando a futuras generaciones a jugar con pasión y a recordar que, aunque las piezas caigan, el juego continúa. Y así, la partida de ajedrez no termina con un jaque mate, sino con una promesa: la promesa de que mientras haya alguien para jugar, la esencia del ajedrez, y del Reino de Acero y Arena, seguirá viva.

Dante Amerisi.

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