El sueño de Heródoto. Significado


«El sueño de Heródoto», óleo sobre lienzo (120×80 cms). Dante Amerisi, 1998.

Fuera de lo que son los retratos, yo pinto relativamente poco. Mis pinturas suelen tener un significado muy personal. Por eso es raro que yo me atreva a vender mis cuadros. Prefiero conservarlos.

El sueño de Heródoto es una pintura de formato mediano, compuesta de varias figuras blanquecinas y transparentes sobre un fondo que se parte en dos: una parte ocre en la mitad baja, y otra azul en la mitad alta, ambas unidas por una franja blanca, nebulosa y curvada, que representa la línea del horizonte. Esto es lo que un espectador percibe a simple vista. Para observar los detalles, hay que acercarse y mirar detenidamente. Quizá las figuras no parezcan tener relación alguna, pero el título da el tema: Heródoto y la historia. Como es sabido, Heródoto es llamado el padre de la historia, así que ese es el meollo del asunto. Pero hay otra pista más, que es muy personal. Al centro, en la parte baja, hay una figura de ajedrez, un caballo, sobre un tablero formado por cubos. El caballo de ajedrez siempre aparece en mis cuadros cuando hay una cuestión personal en ellos, como si fuera un elemento que me representara en ese mundo pictórico y bidimensional. Es como una manera de estar ahí dentro, no como una firma, sino como una huella.

¿Por qué es personal ese cuadro? Mi avidez por la lectura comenzó en mi niñez, como a los siete años. Mi familia entonces estaba formada por mis padres, dos hermanas más chicas y yo. Por aquella época, a principios de los setenta, mi padre, quien era ingeniero civil, solía llevarnos a comprar revistas después de salir del trabajo. Nos llevaba a lo que él llamaba “a dar una malacanchoncha”, al centro de la ciudad en un Ford Falcon blanco, hasta un estanquillo de revistas en la Avenida Aldama. Era una tiendita sencilla, llena de mesas bajas sobre las que el vendedor ponía las revistas a la vista de los clientes. También había algunos libros. Mi padre solía comprar la revista “Siempre!”, o la de Selecciones del Reader´s Digest, y semanarios de deportes. Entre los libros que recuerdo en el buró de mi padre, están Cien años de soledad y La hojarasca, de Gabriel García Márquez; también La Hija del Cardenal, de Félix Guzzoni, y algunos de humor de Marco A. Almazán. ¿Cómo recuerdo estos libros? Pues porque yo me quedé con ellos. Aunque mis padres eran católicos, no recuerdo haber visto una Biblia en casa en aquél entonces. Yo, por supuesto, compraba cuentos de historietas que fui coleccionando. Me hice tan asiduo a la lectura de historietas, que seguido iba a rentarlas a la farmacia a un lado de la plaza. Pero lo mejor era esperar a un señor que pasaba por la calle con un carrito vendiendo revistas usadas. Él traía las mejores historietas, las más difíciles de encontrar, y yo compraba las que podía. Cuando tuve suficientes, comencé a hacer negocio rentando mi colección de revistas en la cochera de mi casa. Me emocionaba pensar que podía hacer que los demás niños disfrutaran de leer tanto como yo.

Un tiempo después, mi madre compró una enciclopedia y una serie de libros. No teníamos librero, así que mi madre guardó las cajas de libros nuevos en el clóset de su recámara. Eso significaba que quería mantenerlos a salvo de nosotros, al menos mientras compraban un librero. Yo tenía curiosidad. Nunca había leído nada que no fueran historietas. Así que comencé a sacar a escondidas un libro a la vez, intentando que no fuera obvio que lo había sacado. Fui leyendo con avidez la Nueva Enciclopedia Temática, que no solo traía textos, sino gráficas y fotografías. Si anteriormente ya pasaba varias noches en vela, a partir de ese momento fue más frecuente, pues la pasaba leyendo, mientras la familia dormía. Al día siguiente, desvelado, sufría para despertar y seguido llegaba tarde a la escuela, que estaba tan solo a una cuadra de casa. Ignoro si mis padres sabían que yo leía por las noches (mis hermanas definitivamente no), pero comenzaron a comprar más libros y enciclopedias. El primer libro que leí formalmente fue “Los nueve libros de la historia”, de Heródoto. Pasé de leer historietas a leer la historia, nada más y nada menos que del padre de la misma. Y definitivamente me impactó. Yo estaba fascinado por las historias que encontré en él. No lo comprendía del todo, pero de tanto en tanto, aparecían relatos que hacían volar mi imaginación hasta tiempos remotos. Comprendí que la historia era interesante. Comprendí también que el pensamiento del ser humano había cambiado desde la antigüedad, pero también que el comportamiento de los personajes era muy parecido al del hombre actual. Me llamaba la atención su politeísmo, ya que la gente a mi alrededor solo se refería a Dios como único, pero ellos tenían varios. Muchos de ellos caprichosos. Todas esas historias se fueron grabando en mi mente. A los nueve años, asistí al catecismo para prepararme para la primera comunión. Cuando escuchaba hablar a la catequista contar las historias bíblicas, una señora recatada, de lentes y ya entrada en canas, su actitud me recordaba a los antiguos griegos de los relatos de Heródoto. En el catecismo, las historias fantásticas de la Biblia atraen fácilmente la atención de los niños, los catequistas lo saben y las usan para introducir la doctrina. La historia del diluvio y el arca de Noé, por ejemplo, causa gran impacto. Pero yo, que ya había leído sobre la gran diversidad de fauna de la Tierra, no podía imaginar que se hubiera construido una barca tan grande como para meter a una pareja de animales por cada especie. Además, ¿cómo hicieron para llegar hasta Noé desde lugares tan distantes del mundo? ¿Cómo llegaron los pingüinos desde la Antártida? No creí nada, pero tampoco me atreví a cuestionar.

Intrigado por la historia del diluvio, me di a la tarea de investigar. ¿Hablarían los libros sobre la evidencia histórica del diluvio? Me enteré del arqueólogo británico Leonard Woolley y sus hallazgos de vestigios de un supuesto diluvio antiguo en Ur, en Mesopotamia.  Pero también me enteré sobre el Poema de Gilgamesh, que se considera la historia más antigua del mundo, en la que un rey sumerio sobrevive a un gran diluvio. Dado el parecido con el diluvio bíblico, y puesto que Gilgamesh era la historia más antigua del mundo, yo me dije: ¡lo copiaron!

Los nueve libros de la historia, de Heródoto, fue entonces un libro que me marcó para siempre. Ahora bien, regresando a la pintura, una imagen domina la parte derecha del cuadro. Es una mujer sentada sobre una pila de libros. Y sí, son nueve. Como es sabido, Heródoto le dio nombre de mujer a cada uno de los libros, de acuerdo con las nueve musas de las artes. Por lo tanto, la mujer sentada sobre los libros representa la relevancia que da Heródoto a la mujer, como objeto de inspiración de su propia obra. La pila de libros se conecta por una chispa eléctrica con un reloj de arena, que representa al tiempo. La simbología es clara: la historia es el relato de los acontecimientos que se suceden en el tiempo.

En la esquina superior derecha puede verse la figura de Poseidón, dios del mar según la mitología griega. Este se une también por una descarga eléctrica, a dos manos que casi se tocan por los dedos, tomadas del fresco de la creación de Miguel Ángel. Estas dos imágenes no solo representan a la religiosidad y al arte que la plasma para la historia, sino que simbolizan el sincretismo de las mitologías. Es decir, la idea de que un relato de una civilización antigua es adoptado y transformado por otro grupo humano, como es probable que ocurriera con el Poema de Gilgamesh y la historia del Diluvio Universal. Estas imágenes también simbolizan esa transición de la religión politeísta griega a la monoteísta judeocristiana, tal y como lo noté en mi niñez.

A continuación, se puede ver un galeón español, que representa el instinto humano de la exploración y del descubrimiento. En su tiempo, Heródoto debió viajar por el mundo entonces conocido, para poder escribir su historia. Heródoto es, pues, no solo el primer historiador del mundo, sino un explorador de lugares y un descubridor de relatos. El galeón también nos recuerda la importancia en la historia humana de los viajes marítimos que unieron lugares distantes, favoreciendo el comercio y el intercambio de ideas.

El galeón se conecta por un rayo de electricidad a una mujer que representa la época actual. Es decir, el paso de una época antigua a la contemporánea. Al centro, una mano que sostiene una moneda, que parece recoger de una pila de monedas. Esto no solo representa a la idea del dinero y del comercio, sino también a la riqueza. Ambas cosas frecuentemente reseñadas por la historia. Pero también, y aún más importante, al acto de pagar, que implica el uso de un cálculo matemático. La idea del cálculo matemático se refuerza por la cercanía del tablero de ajedrez, ya que, de acuerdo a la leyenda, Sissa, el inventor del ajedrez, pidió como recompensa al rey que le diera los granos de arroz que resultaran al doblar la cantidad de granos por cada uno de los cuadros del tablero, comenzando desde un grano. El rey no tenía idea de la cantidad tan inmensa de granos que tendría que poner por los 64 cuadros. Para saber dicha cantidad, se aplica una sencilla ecuación: Granos de arroz = 2 elevado a la sexagésima cuarta potencia. El tablero de ajedrez se conecta a su vez con una tarjeta de computadora con micro chips, representando a la herramienta de cálculo actual por excelencia. Recuerdo que al pintar jugaba con la palabra en inglés, “ship”, que significa nave o barco, y la de microchip, que suena de forma similar, y yo la interpretaba como micro nave.
A la izquierda se puede ver una estatua de Gea, la diosa griega que representaba a la Madre Tierra, sosteniendo un orbe, un mundo.
Finalmente, al centro se ve una neurona, que es una célula del sistema nervioso que recibe, procesa y transmite información a través de señales químicas y eléctricas en el cerebro. Esta neurona se interconecta con las imágenes antes descritas, simbolizando así las sinapsis para lograr el procesamiento de datos, la memoria y la definición de conceptos que realiza la mente humana.
Si

Si hiciera un resumen a modo de ecuación de lo que representa el cuadro, este diría que la historia es una suma del tiempo, la mente humana y el mundo en el que todo sucede. Cuando pinté este cuadro, lo que hice fue plasmar el impacto que «Los nueve libros de la historia» produjo en mí, desde aquella temprana edad.
Imagino que Heródoto tenía el anhelo de dejar un registro objetivo y veraz de los acontecimientos más importantes del mundo que él conocía. Fue la primera vez que un ser humano tuvo ese propósito. Ese sueño que alguna vez tuvo Heródoto, ha culminado en la disciplina que hoy conocemos como Historia. De aquí es donde ha salido el título de la pintura.

Si hiciera un resumen a modo de ecuación de lo que representa el cuadro, este diría que la historia es una suma del tiempo, la mente humana y el mundo en el que todo sucede. Cuando pinté este cuadro, lo que hice fue plasmar el impacto que «Los nueve libros de la historia» produjo en mí, desde aquella temprana edad.
Imagino que Heródoto tenía el anhelo de dejar un registro objetivo y veraz de los acontecimientos más importantes del mundo que él conocía. Fue la primera vez que un ser humano tuvo ese propósito. Ese sueño que alguna vez tuvo Heródoto, ha culminado en la disciplina que hoy conocemos como Historia. De aquí es donde ha salido el título de la pintura.

Dante Amerisi.

» El sueño de Heródoto» (detalle). Dante Amerisi.

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